Como viene siendo habitual en los últimos años, el emplazamiento se ubicaba en el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo, edificio que consta de 3 plantas entre las que se repartían todos los expositores, dedicando la planta baja a los puestos de recambios, libros, miniaturas, decoración y demás automobilia, y a la exposición de los coches de particulares en venta. La primera planta estaba destinada al mundo de la moto prácticamente en exclusiva y la segunda al automóvil y sus restauradores, clubs y demás profesionales relacionados. En ésta última se podían contemplar sin duda los stands más interesantes del evento y es donde se ubicaban además los bellos participantes del habitual concurso de elegancia que se organiza durante la feria. Como también suele ser habitual, el aparcamiento situado en las afueras del pabellón se reservaba para la exposición de los clásicos con los que acudían los asistentes.
Según datos facilitados por la propia organización esta edición ha sido todo un éxito y se ha batido el record de asistencia (parece ser que hubo más de 40.000 visitantes) aunque en mi opinión personal no todo ha sido de color de rosa… y como nosotros acudimos como un espectador más pagándonos nuestra propia entrada, y por lo tanto tenemos total libertad para dar nuestra opinión y manifestar nuestras valoraciones y quejas, aquí van mis apreciaciones personales.
Para empezar esta el tema del precio. La entrada costaba 15 euros, que si bien no parece una gran suma para una feria que se celebra una vez al año, si ponemos en una balanza lo que ofrece y lo que cuesta a mí personalmente me parece excesivo, más teniendo en cuenta que a cada año que pasa lo van subiendo un poco más (costaba 12 euros en el 2014, 14 euros en el 2015, y ahora hemos pasado a los mencionados 15 de esta edición). Aparte de este tema hay varios aspectos organizativos que estaban muy mal resueltos, como la inmensa cola para sacar la entrada (50 minutos de reloj el sábado por la mañana con el agravante del intenso frío que hacía), la total ausencia dentro del pabellón de cafeterías o restaurantes para comer (tan sólo había unos pocos puestos en la calle con precios altos, colas interminables y para colmo había que comerlo a la intemperie con el “agradable” día que estaba), poca comodidad en general de las instalaciones en las que no había ni siquiera un simple banco para sentarse un poco (eso sí, terminantemente prohibido sentarse en las escaleras…), la excesiva presencia de motos en detrimento de los coches, o algunos stands que parecía que estaban de relleno porque poco o nada tenían que ver con la temática del salón… aunque todo esto quizá se podría perdonar si se viese una feria con más calidad y cantidad, ya que si exceptuamos unos pocos expositores el resto resultaba bastante pobre y sin muchas cosas dignas de destacar. Resumiendo, y teniendo en cuenta que se celebra una vez al año, en la capital del país, y que aspira a ser el evento más importante de cuantos se celebran de este tipo, sinceramente uno espera bastante más.