A mediados de la década de los 80, VW tenía como representante en el segmento de los coupés deportivos a la segunda generación del Scirocco, un coche basado en el Golf y con el que compartía además motores. A pesar de que por aquella época este nicho de mercado no pasaba por sus mejores momentos, la marca alemana decidió probar suerte y aumentar la familia. Aunque la idea inicial de VW era que el Corrado fuese el sustituto del Scirocco, finalmente se produjo un cambio de opinión y se pensó en lanzar un modelo totalmente nuevo en un segmento superior (en un intento de rivalizar con marcas de tradición deportiva como Porsche o BMW), por lo que el primero se sitúo un escalón por encima, conviviendo ambos en el mercado hasta principios de los años 90 en que desaparece (para volver en el 2008) el ya entonces veterano Scirocco.
El diseño del Corrado se basa en el prototipo Typhoon de mediados de los 80 y, en contra de lo que suele ser habitual en este tipo de vehículos, fue una creación del departamento de diseño de la marca (con Herbert Schäfer a la cabeza) y no un encargo al diseñador de renombre de turno. Esto se hace patente al observar su carrocería de líneas agradables pero discreta, de aspecto macizo buscando una imagen de marca reconocible, y elegante pero falto de esa pizca de pasión y originalidad que los más grandes saben darle a un diseño. Como buen alemán que es, digamos que está más preocupado de la funcionalidad que de la belleza.
Desde su desaparición del mercado no ha tenido un sucesor directo, quizá debido a que en términos de ventas el Corrado se puede definir como un fracaso por parte de VW. Aunque el nivel general del coche era muy bueno siempre se le consideró como un automóvil excesivamente caro, y comparándolo con un Golf de idéntica motorización el sobreprecio era excesivo (En 1990 el precio de un Golf G60 era de 2.600.000 ptas. aproximadamente, mientras que el de un Corrado G60 andaba por 4.100.000 ptas.). A pesar de que se comercializó también en los Estados Unidos y Canadá (donde se despachó casi la mitad de la producción), el total de unidades vendidas en sus 7 años de vida no superaron las 100.000 (la cifra exacta ronda las 97.500) por lo que se puede decir que fue un coche bastante minoritario y que pasó por el mercado con más pena que gloria.
Inicialmente se comercializa con dos motores, el 1.8 16V de 136 CV y el 1.8 G60 de 160 CV (ambos idénticos a los montados en el Golf MK2 salvo por la incorporación del catalizador), y a partir de 1992 sufre un ligero restyling estético en el que se aprovecha para presentar dos nuevos propulsores: un 2.0 16V de 136 CV que sustituye al anterior 1.8, y el auténtico “plato fuerte”, el novedoso y revolucionario VR6 de 190 CV del que hablaremos en profundidad más adelante. En 1993 también se rediseña levemente el interior con la idea de hacerlo más moderno y atractivo a la vista.